Me echaron

Reflexiones sobre los procesos de desvinculación.

Burped on 2024-05-24

Hace poco más de un mes dejé de trabajar en mi empleador anterior, una empresa de factoring chilena con operaciones en México. No quiero ser tan vaca y poner el nombre acá, pero les puedo contar que están teniendo problemas legales y de reputación en ambos países. Y, luego de dos años de relación de dependencia, decidieron poner fin a mi contrato.

A todos quienes trabajamos nos pasa alguna vez en la vida. El despido es una parte natural y probable de una carrera profesional. Todos somos, en cualquier momento, susceptibles de ser despedidos. Y, todos sabiendo esto, lo solemos enfrentar como un acabo de mundo. La aporofobia que nos enseñan desde siempre, nos lleva a catastrofizar la experiencia.

Ahora, todo esto dicho, es siempre una experiencia traumática. Y quisiera, en estas siguientes líneas, contarles por qué esta vez fue distinta a lo que había vivido antes.


Durante un trimestre, más menos, fui acting manager de la práctica de ingeniería de datos de la compañía. Tras ser líder de equipo, prospectando clientes internos y definiendo roadmaps de trabajo, me tocó vivir la política de oficina más desatada. Esa donde te enfrentas con otras personas, donde las perspectivas de co-creación desaparecen, donde importan más el ego y el poder que los resultados. Donde, como decimos por acá, tener la tula más grande es lo único que te garantiza sobrevivir.

En ese ambiente de trabajo, conocí personalmente al CTO de la empresa, un personaje con (allegedly) trayectoria en tecnología, apuntado con el dedo para corregir el rumbo que llevábamos y "acercarnos al negocio". Si me dieran cien pesos cada vez que alguien me dijo que había que "acercarnos al negocio", probablemente tendría muchas monedas de cien pesos. Esta persona, proveniente de una cultura de trabajo altamente competitiva (además de históricamente machista y violenta), comenzó a dar muestras de poder y reubicar a personas que se consideraban conflictivas (como la jefa del área a la que pertenecía) en proyectos aparentemente vacíos (quiet firing le llamaron a esa práctica), a contratar a personas conflictivas y competitivas, y a transformar la cultura de la empresa, muy propia de una startup, moviéndola hacia un entorno hostil y tóxico de trabajo. Y con eso, me refiero a:

En esta cultura hostil, y con la sensación de tener poder dada mi posición política en la compañía, me enfrenté a algunas personas que no compartían mi visión tanto del proceso de desarrollo, como de los cambios culturales que se fueron introduciendo a la compañía. A modo de anécdota, y en algo que para mí es tremendamente decidor de la visión de la empresa, el CEO nos dijo si alguien les dice que "no", eso quiere decir "sí". Es nuestra labor revertir los "no"s que nos den y convertirlos en "sí"s.

(Además de sonar terriblemente rapey y muy, muy desconectado de la cultura millennial a la que predicaba, me parece una TERRIBLE práctica de negocios decir "no vamos a aceptar un no". Como si el mundo no hubiera aprendido lo que es el feminismo en los últimos 15 años, y no estuvieran avanzando los valores socioculturales en estos lugares del mundo. El consentimiento no es una jugarreta, no es un capricho, ni algo que tomar a la ligera: es una forma de interacción humana respetuosa, validante, cuidadosa, cuidadora y segura. Cosas que debieran ser mínimos exigibles pero no lo son, aún.)

Alberto Mayol, un sociólogo tan inteligente como detestable, escribió en un libro "el poder, puede". Y suena tan imbécil como real ello: cuando intentas hacer cosas y no tienes poder, no puedes hacerlas. Y, en parte, fue algo que me ocurrió. Intenté aportar y mostrar cosas, de una forma no muy políticamente correcta, ejerciendo poder que no tenía. Y la infraestructura del poder, una vez se dió cuenta que no tenía poder (y las personas que lo tenían salieron del camino), me mostró qué es el poder real. Como esa escena de Game of Thrones. Pidieron mi cabeza, y cuando dejaron de poder bloquear el pedido, llegó mi ex-jefe a conversar conmigo con una bandeja de plata.

Me da pena la forma en que una fintech que declaraba "somos una familia" me pateó. Honestamente, entiendo que tenía un acceso muy profundo a muchos sistemas de la compañía, y que el análisis situacional militarista se hace en base al peor caso identificable. Dicho esto, en una conversación clínica, y tras meses de expresarme conformidad respecto de mi desempeño, mi ex-jefe me dijo "estoy disconforme con tu performance", sin darme ejemplos ni presentarme alternativas. No hubo una conversación previa, ni un plan de mejora. Que, dicho sea de paso, sí existió en las semanas previas a mi despido. Sólo un "te van a llamar de Recursos Humanos, y gracias por todo".

Sin la chance de despedirme, ni de plantear un contrargumento. He visto más habilidades sociales y más tacto en formaciones fúngicas en el borde de una tina de baño.


Por cierto que estoy molesto y triste. Y, en varios días de procesarlo, me he intentado convencer de que es lo mejor que podría haber pasado.

Y hay algo de cierto en ello. En la legislación de acá, si te despiden te pagan indemnización, y como estaba contratado por la empresa y no era un contractor, las leyes de protección del trabajador hicieron bastante por cuidarme.

Dicho esto, creo que hay algunas cosas que todo jefe, líder, responsable, debiera tener en cuenta a la hora de enfrentar estas conversaciones:

Para cerrar este rant, quiero expresar mi profunda gratitud a esta FinTech que me acogió por estos últimos dos años: sin esa experiencia, no podría haber obtenido mi chamba actual.

Peace out.